-El jueves cerró sus puertas uno de los bares más tradicionales de Pozoblanco.
El pasado jueves cerraba sus puertas uno de los míticos bares de Pozoblanco, el bar Rafalín, con una historia cargada de recuerdos, vivencias y buenos ratos. La construcción de una nueva urbanización con viviendas y locales comerciales en la famosa, en los últimos tiempos, esquina de la avenida Marcos Redondo implica echar el cierre definitivo a este bar que ya existió a finales del siglo XIX.
Y es que en los últimos años de ese siglo construyó allí Alejandro Sánchez una casa e instaló un bar. Era por entonces, según recuerda su nieto Manuel García-Cano Sánchez, una zona deshabitada, sólo había campo. Además del bar, instalaron un estanco y el propietario, junto con otro socio, puso en marcha una fundición de bismuto que se extraía de la Serrezuela.
El ferrocarril llegó a Pozoblanco en 1906 y ya existía el bar. Tras el fallecimiento de Alejandro Sánchez, fue uno de sus hijos, Antonio Sánchez Rubio, conocido como El Corneta, quien asumió la gerencia del local, trabajando en él Manuel García-Cano y su hermano Rafael, quien más tarde se haría cargo del establecimiento poniéndole el nombre de bar Rafalín, que tenía el teléfono con el número 1.
La zona poco a poco empezó a cobrar vida y pronto fue parada de los autobuses de la empresa San Sebastián, el Rápido que traía y llevaba a los pasajeros de Pedroche, Torrecampo y El Guijo. Allí radicaba también la parada de taxis. Y lo que un día fue campo se convirtió en una de las arterias más dinámicas de Pozoblanco. No existía el recinto ferial y toda la actividad lúdica se concentraba en aquella zona con el teatro y cine San Juan, con dos funciones al día en sus más de quinientas butacas; el cine Avenida; el cine Moderno y sus famosos recitales de cante jondo en verano y la cercanía del bar Liborio con un salón de bodas y una discoteca únicos en la comarca.
Cuando Rafael García-Cano dejó el negocio, se lo alquiló a Juan Fernández que hasta hoy ha permanecido detrás de la barra, aunque con distintos socios: Santiago Fernández, Diego García y Antonio Castro, sobrino de Juan.
CRISPINES
El bar Rafalín siempre ha sido un lugar de paso, pero también de encuentro de amigos con una excelente aparcería y un rico café para la tarde. Contaba hasta la década de los 80 con una cocina exquisita y eso que, como recuerda Santiago Fernández, que era el responsable de la cocina medía poco más de 2 x 3 metros y contaba con un fregadero, el fuego, la plancha y la freidora y luego estaba una gran nevera de madera de 6 puertas con el motor en la cocina. De ella salían entre 10 y 14 tapas, destacando los crispines, los flamenquines, el pez espada, el lomo, los riñones, el hígado, las criadillas o los calamares cuando no eran tan habituales en el mercado.
Un bar pequeño con tres veladores en el interior y un televisor donde se han seguido con pasión los partidos del Real Madrid. Y es que como resalta con humor Antonio Castro, “Rafalín siempre ha sido del Madrid y aunque admitimos a todo el mundo los partidos que se compraban eran los del Real Madrid”.
Atrás queda una parte importante de la historia de Pozoblanco con muchas anécdotas como el día que el jugador de baloncesto Bravender apareció por allí para tomar café y preguntar cómo se llegaba al pabellón donde iban a jugar las viejas glorias del Madrid.
Cierra un lugar muy ligado a los toros, siendo la peña El Cordobés cuando éste paraba el país para verle torear. En las paredes del bar colgaba una pizarra donde se iban anotando las orejas que llevaba cortadas, los rabos, las corridas.
A partir de ahora, cuando pasemos por allí y miremos de reojo para ver por sus cristaleras quien está en el bar Rafalín notaremos que una parte de la vida de nosotros y de la de nuestros padres se ha perdido. Un bar de los de siempre que perdemos tras la despedida del bar El Cordobés, el bar Liborio, el bar de José Valero o el bar Juanito.
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